sábado, 9 de febrero de 2008

CHATURRANGA.













Una leyenda ha permanecido victoriosa ante el desfile infinito de eones y olvido. Es la historia del extraño juego que las deidades hiperbóreas crearon para hacer más placentera la eternidad. Es el relato que hiere los oídos con la sonoridad propia de la gente del valle del Indo, quienes ocultaron al ojo profano la fugaz sombra de un desconocido prometeo quién robó para siempre el eterno fuego de los dioses.
Mantram de poder, juego divino....
Hare Chaturranga.
(Inscripción en el tablero).

Los viajeros, dos figuras silentes que en parsimoniosa lentitud movían extrañas piezas de cristal sobre un tablero de ébano. A lo lejos, el sonido de un reloj de antigua data, motivo de innumerables discusiones en el pasado, delataba su presencia como exacto recordatorio a los jugadores sobre la levedad del existir.

El caballo avanzó a la tercera casilla del Alfil del Rey negro, originando un potente movimiento del obispo blanco; Alfil cuatro Alfil; No había dudas, la apertura Española con todas sus variantes suponía un desarrollo abierto de columnas y diagonales. Los rápidos desplazamientos de infantería pesada hacia el sector del enroque enemigo presagiaban una mortal celada.

De improviso, un certero ataque al rey.

-- Jaque.

El más joven de los jugadores nerviosamente encendió un postrero cigarrillo aprovechando aquel momento de pausa para leer el informe de un ordenador reportando una falla en el sistema de posicionamiento espacio temporal. Con el ceño fruncido arrugó el trozo de papel entre sus manos sentándose nuevamente frente a los incisivos ojos de una futura Eva, última esperanza para repoblar una humanidad destruida por bacterias, virus y átomos.

La bella jugadora gentilmente ofreció tablas a su contrincante para que la humillación no fuera total. La oferta rechazada sólo adelantó el final, pero en el mismo instante en que la torre negra capturaba el último peón de la defensa dejando libre el camino a la victoria, en la memoria del distraído joven resonaron con oscuro pavor las palabras en el mensaje que aún apretaba en su mano: “Cápsula del tiempo a la deriva, curso del compás temporal activo a la cuatro”. Entonces levantó nerviosamente la vista hacia un reloj que marcaba apocalípticamente dos minutos pasadas las cuatro. Sin embargo era demasiado tarde, el drama esperaba su epílogo; El diplodocus en loca huida del voráz Tiranosaurus Rex aplastó la frágil estructura materializada sobre una extensa planicie jurásica, ahogando para siempre la mágica palabra que sólo los amos invisibles del juego escucharon:

--Jaque Mate.